Los alemanes del Camerón
El anuncio de la llegada a Madrid de la primera expedición de las fuerzas alemanas que se internaron en territorio español, hizo que esta mañana acudiera a la estación del Mediodía gran número de personas de la colonia alemana, aparte de otras muchas españolas.
Entre las personalidades que acudieron a recibir a las fuerzas expedicionarias, figuraba el cónsul de Alemania en Madrid, con el personal del consulado; el secretario de la embajada de dicho país, el director del Banco Alemán-Trasantlántico y altos empleados del mismo, el director del Colegio Alemán y otras caracterizadas personalidades de la colonia alemana.
En representación de las autoridades españolas, asistieron el coronel de Estado Mayor, señor Villegas, con varios jefes y oficiales a sus órdenes, encargados de acompañar a los expedicionarios a sus respectivos puntos de destino, el teniente coronel jefe de transportes, señor Camacho y una comisión de la primera Comandancia de tropas de infantería, de la que formaban parte los capitanes señores Laguna y Lanzarote. Asimismo concurrió, con carácter particular, el embajador de Austria-Hungría, con algunas personas de su familia.
En el salón grande que da paso al andén, las familias alemanas habían instalado grandes barriles de cerveza y puestos de flores, todo ello adquirido por suscripción entre la colonia alemana.
Los dos trenes especiales que conducían las tropas alemanas, llegaron con dos horas de retraso. Los expedicionarios, que venían en su mayoría asomados a las ventanillas, saludaban a cuantos les esperaban, agitando sus sombreros y pañuelos. Serios, respetuosos, un tanto emocionados unos y otros expresando su contento, pero sin proferir gritos.
Ya el tren parado, los expedicionarios se lanzaron al andén, cambiando con los que les aguardaban efusivos abrazos y apretones de mano. Todo dentro de la mayor corrección y con una frialdad desconcertante.
El coronel Villegas fue presentado al jefe de la expedición, comandante Haedicke, a quien expresó sentimientos de afectuosa cordialidad. El jefe alemán agradeció las frases, y contestó en términos respetuosos.
El capitán de Estado mayor don Joaquín Olivares, que desde Cádiz venía acompañando a los expedicionarios, dio cuenta del viaje, que se ha efectuado sin que se registrara el más pequeño desagradable incidente.
En el primer tren llegaron 124 pasajeros en coches de primera clase, 209 en segunda y 60 en tercera.
Con el comandante vinieron cinco o seis oficiales y algunos suboficiales.
A los recién llegados se les concedió permiso para extenderse por la estación y sus alrededores, llenando la fonda y los establecimientos que hay cerca de la estación.
A las diez menos cuarto llegó el segundo tren, conduciendo 800 alemanes, mandados por el teniente coronel señor Zimmerman, jefe de las fuerzas militares del Camerón. Estos expedicionarios fueron recibidos en la misma forma que lo habían sido sus compañeros.
En el tren expreso llegó el gobernador imperial de la colonia alemana del Camerón, Hebarmayer, los consejeros de la embajada y un agregado militar. Todos ellos se unieron a las demás personalidades que se hallaban en la estación.
Notas interesantes de la llegada de alemanes fue la serie de obsequios de que fueron objeto por parte de sus compatriotas residentes en Madrid. Lindas jóvenes rubias, apenas los expedicionarios ponían pie en el andén les obsequiaban con ramos de flores, que los soldados acogían con manifiesto agrado.
Otras señoritas circulaban llevando grandes bandejas con recipientes de cerveza, otras repartían cigarrillos y otras bocadillos. También las había que provistas de cuadernos iban redactando los telegramas que los recién llegados deseaban dirigir a sus familias.
El aspecto de las fuerzas alemanas era pintoresco; la mayoría conservaba su uniforme militar, confeccionado con ropa ligera, apropiada al clima del Camerón; varios, sin embargo, vestían de paisano, destacándose entre éstos cinco o seis negros que forman parte de la fuerza.
SALACOT hacia 1900 |
Los jefes usan "salacot", parecido al que llevan nuestras fuerzas de África; los oficiales la gorra de reglamento del ejército alemán y los soldados amplios chambergos con alas recogidas.
Sabido es que además de los jefes alemanes ya citados forman parte de la expedición el secretario del gobernador imperial herr Clzaussen, el medico Fischer, el secretario del gobierno, el banquero Bubeck, oficiales, suboficiales, sargentos, comerciantes y el capitán Martenus, héroe del Camerón, que está condecorado con la cruz de Hierro. Los recién llegados parecen, por sus semblantes, sanos y fuertes; las mil privaciones que han pasado no han hecho mella en las recias naturalezas que han resistido las inclemencias de una campaña siempre desventajosa. Solo dos jóvenes vimos con aspecto enfermizo, uno especialmente, que iba sostenido por dos compañeros, y en cuyo rostro se revelan los estragos de la tuberculosis. Antiguos heridos y lesionados, sí, vienen muchos. En las caras y en las manos ostentan con orgullo sus cicatrices o se apoyan para andar en muletas por haber perdido alguna pierna. Todos ellos mostrábanse hoy satisfechos y comunicativos. Desde luego llamó la atención un joven oficial que en la frente ostentaba tal hendidura que parece mentira que haya podido seguir viviendo. Los alemanes, dijo, tenemos la cabeza muy dura; no fue nada, y además ya se ha curado. Simpático y amable, el oficial, que ostenta el grado de capitán, se dispuso a comunicar sus impresiones. No tendremos nunca palabras suficientes, comenzó, para agradecer a España todas las atenciones que ha tenido con nosotros desde que nos acogimos a su territorio.
- ¿Puede usted decir algo de los últimos combates en aquellas colonias africanas?
- Con mucho gusto. La guarnición en el Camerón alemán era bastante reducida en lo que se refiere a tropas europeas. La mayor parte de los soldados y de los habitantes eran indígenas. Estos, tanto los soldados como los paisanos, todos los súbditos alemanes quedaron en Santa Isabel, en la misma situación respecto a las autoridades españolas, que nosotros lo estamos aquí. Son, como es sabido, todos negros, con sus mujeres y sus hijos. Con ellos quedaron 80 oficiales y suboficiales alemanes para responder de su conducta y cuidar de ellos.
Todos buscamos refugio en tierra española cuando ya no teníamos más remedio. Habíamos sufrido todo género de penalidades y privaciones. Desde poco después del comienzo de la guerra, sostuvimos frecuentes ataques con las fuerzas franco-inglesas que nos cercaban, hasta que se nos acabaron los víveres y municiones. Entonces recurrimos a un supremo recurso, a alimentarnos con hierbas del campo y fabricar nosotros mismos las municiones con los recursos que buenamente podíamos procurarnos.
En enero de 1915 conseguimos ya hacer cartuchos para los fusiles de modelos antiguos, fabricando pólvora con productos que extraíamos de hierbas del campo.
En julio y agosto del mismo año logramos hacer proyectiles para el armamento moderno. Las nuevas municiones se acababan también, y entonces decidimos dar un ataque a las fuerzas aliadas, haciéndoles muchas bajas. De europeos perdieron 110 hombres y más de negros.
- ¿Y ustedes?
- Nosotros también tuvimos importantes pérdidas. En el campo quedó el 40 por 100 de los oficiales y otro tanto de soldados. Nuestros esfuerzos fueron, sin embargo, estériles. Las fuerzas aliadas estrecharon su cerco y los buques desde la costa intentaban cortarnos la retirada. Comprendimos que íbamos a caer prisioneros, y entonces retrocedimos al territorio español, donde depusimos nuestras armas. Desde entonces solo atenciones hemos recibido.
Se le preguntó por la causa de su herida, y contó que le fue producida por la explosión de una granada. Él se hallaba detrás de un árbol, y éste arrancado de cuajo por la explosión, causó la brecha en la frente al capitán, que cayó sin sentido.
Con otros oficiales hablamos que nos confirmaron los medios ya relatados por la prensa, de que se valían en el Camerón para mantener las comunicaciones entre unos y otros. Improvisaban redes telefónicas con hilos sacados de telas metálicas; los árboles les servían de postes y utilizaban como aisladores trozos de botellas y para pilas monedas de diversos metales.
Al venir a España, tanto en Santa Isabel como en aguas de Canarias fueron atendidos y provistos de las cosas más necesarias. Un soldado cojo que chapurreaba el castellano refirió en análoga forma los hechos.
Minutos después de las diez, se dispuso la salida de la expedición destinada a Alcalá de Henares. Los soldados a ella asignados, mandados por un oficial, ocuparon sus puestos. Con ellos subió al tren el comandante de Estado Mayor, don Abilio Barbero, encargado de dejarles en sus respectivos alojamientos. El total de los destinados a Alcalá es de 152. En el andén fueron despedidos por las mismas personas que les recibieron. Los expedicionarios de Zaragoza y Pamplona, tardaron más en emprender el viaje.
En vista de ello la Intendencia militar dio a los soldados un rancho abundante. Algunos que habían ido al centro de la población comieron en diferentes establecimientos. A las doce y media se pusieron en marcha los dos convoyes: en el de Zaragoza marcharon 344 hombres y en el de Pamplona 247. Los primeros fueron acompañados del comandante señor Cari y los segundos del teniente coronel señor Espinosa de los Monteros. Se les hizo análoga despedida.
Como es sabido, en Madrid han quedado de 50 a 60 expedicionarios entre los que figuran los más distinguidos. Los restantes se distribuirán entre Aranjuez, Teruel, Valladolid, Orduña y otros puntos.
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